
En 1806 muere su padre Charles y toda la familia debe trasladarse a París. Ese mismo año ingresa en el Liceo Imperial donde comienza sus estudios artísticos, desarrollados durante años.
En 1817 conoce a Théodore Géricault y posa como uno de los náufragos de su espléndida obra La Balsa de la Medusa. Aquí comienza la relación de admiración y respecto que tendrá el joven pintor por el ya famoso Géricault.
En estos años de estudiante Delacroix visita constantemente el museo del Louvre donde estudia y reproduce los cuadros de los grandes maestros de la pintura a los que, de una forma u otra, copiará y servirán de inspiración para sus propias obras.
Dentro de su afán de conocimiento por los grandes artistas, viaja a Inglaterra donde entra en contacto con la pintura colorista y paisajista que luego verá consolidada con su viaje al norte de África, territorio que por su luminosidad llamó su atención y determinó las futuras obras del pintor.
Muere en París en el año 1863 dejando tras de sí una de las más prolíficas carreras pictóricas, llenas de centenas de cuadros que sirvieron de inspiración a otros tantos pintores.



Así la temática elegida por el autor ayuda a la grandeza de sus estructuras: los argumentos elegidos por este gran autor son principalmente dos: los históricos y los ambientados en el mundo oriental representando la realidad, evitada hasta entonces.
Sus cuadros más destacados
La Matanza de Quíos
Fueron las composiciones históricas las que le aportaron la fama y llevaron a su consagración como pintor. Así ocurrió con la magnífica obra La Matanza de Quíos (1824) donde se denuncia la desmesurada violencia ejercida por los turcos contra los griegos. Podemos sentir el dolor que transmiten las figuras sedentes y la altivez del soldado a caballo, satisfecho por la victoria.
El cuadro posee además una perspectiva soberbia que queda reflejada sobre todo por la profundidad que el autor le da, demostrando en un segundo plano las secuelas de la guerra. El cuadro conserva una clara influencia de Velázquez y Gros.
La Barca de Dante
Pero ésta no fue su primera obra sino que en 1822 presentó La Barca de Dante, obra que suscitó comentarios de todo tipo pero que admiró por el color y la realización, por la potencia del dibujo y la fuerza plástica de las figuras.
Según se ha apuntado desde la Editorial Origen, la verdadera novedad del cuadro fue el uso del color, especialmente en las gotas de agua sobre algunas figuras en primer término. Gracias a estos pequeños detalles podemos concluir que la atención a los fenómenos naturales será constante en el artista.
La Libertad guiando al pueblo

En él la Libertad es representada por una mujer con gorro frigio alzando la bandera tricolor republicana, mientras que dirige a una muy variada muchedumbre, situada en un segundo plano. El primero de los valientes es el mismo Delacroix quien, como harían pintores pasados, se autorretrataría en su obra. El tercero de los focos de atención en la composición son los cuerpos inertes de los guerreros muertos quienes, tendidos en el suelo, aportan el contraste junto con aquellos alzados. Gracias a este dualismo Delacroix consigue una gran sensación de movimiento y dinamismo.
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